Pasado el vendaval de Lorca todavía resuenan los últimos ecos de los infinitos homenajes y los últimos aplausos de las reposiciones. Algunos pensarán que esto sirve de poco, otros que ya era hora y otros que no son horas. En la variedad esta el gusto. Nosotros nos hemos quedado con gusto, pero sobre todo, con gusto de montar un Lorca, aunque sin Lorca.
La obra a la que se recurre con este proyecto ha sido representada en numerosas ocasiones, con diferentes decorados, Bernardas y Adelas, pero nunca se ha representado el exterior de la casa, los hechos en este marco acontecidos y que están estrechamente ligados con los acontecidos en el interior. Se intenta plasmar la vida de los hombres que rodean la casa.
No se trata de una mera comparación entre el interior de la casa de Bernarda y el exterior, se trata de profundizar en el alma de los hombres, reflejados a través de seis hombres diferentes con seis personalidades diferentes.
Son hombres que se conocen, que viven situaciones concretas enmarcadas en el ámbito de lo cotidiano, que muestran sentimientos confrontados acompañados de sangría y aguardiente. Surgen conflictos que les hace definirse, mostrar la verdad de cada hombre, en los que cada uno toma sus propias decisiones que influyen en los demás, produciéndose así una reacción en cadena que desemboca en la tragedia.
La parte estética del montaje apoya el contenido de la obra. Son fundamentales el color blanco, las sombras y el fuego. El blanco de pureza y de mortaja, de boda y de intimidad. Las sombras son los fantasmas de cada uno que avisan y acosan, que anuncian la tragedia. El fuego de condena y de purificación, la quema de rastrojos que cierra una etapa y abre otra. Tres elementos que acaban fundiéndose en uno solo, elemento vital.
Espectáculo masculino, poético, irónico y trágico que pretende que el público sonría, llore, se identifique y se erotice. Pretende que el propio espectador se vea reflejado en el escenario.