Inspirada en la Siberia extremeña, tierra natal de la coreógrafa Paloma Muñoz, La Quijá —término que alude a la mandíbula de los animales— es una pieza que indaga en la memoria, en sus vacíos y en los aires que los atraviesan. Es una danza de resonancias: de fantasmas del pasado y fantasías del presente. Una búsqueda de raíz común.
Una travesía hacia el interior, hacia la sustancia que habita en los huesos. Bailar desde los tuétanos, señalar el cielo con el hueso de la boca y hacerlo crujir.