Fruto prematuro de una ciencia aún en mantillas y de una paternidad más bien irresponsable, nuestra desdichada criatura no se presenta en esta docta casa para pedir compasión ni para denostar a su nefasto creador -¡titulado, encima, de Nuevo Prometeo!-, sino para reclamar justicia. Revelando algunas circunstancias de su vida, ignoradas o censuradas por Mary Shelley, apelando a su ardua y progresiva adquisición de los treinta y siete atributos de lo humano (¿?), este mensajero del terror quiere ahora sentar plaza como peregrino del humor.