Dos cuerpos se entrelazan y se separan en un espacio indefinido, donde la relación es un vaivén entre el deseo y el hastío. La música etérea del bolero, que resuena como un eco de la guerra fría, acompaña este juego de acercamientos y distancias, donde cada gesto es una búsqueda de conexión y cada paso, una huida. El ambiente, sombrío y cercano, refleja la tensión de un amor que se renueva en el instante, pero se desvanece con la misma rapidez. En la repetición, lo único eterno es ese fugaz momento de encuentro.