Después del primer silencio llega el sonido en el cuerpo, y aparece algo que aniquila la quietud para convertir a ese cuerpo en danza y a ese silencio en música, los acentos de la luz de un ángel por Tarantos y de un axioma como la guitarra que acompaña para fortalecer el lugar de donde se empieza, una única guitarra como el templo que acompaña a un dogma, como una morada cálida donde una bata de cola por Segurilla o un abanico por Guajira abren una dimensión terrenal bajo la danza de Eduardo Guerrero que transforma el Origen en el sistema atípico del arquetipo flamenco, recuperando lo más profundo y racial de unos pies descalzos entre zambas y tangos, para dejarse ensoñar de estos universos armónicos a los que nos tiene acostumbrados.