Para la elevación a lo mejor no hay que subir, hay que descender a lo más profundo de la tierra y así, quizás, el altar no sea hacia arriba, no sea un altar que solo alabe la virtud, sino que además contemple las sombras. Un altar de frente a frente, de tú a tú. Quizás lo extraordinario está en los gestos que inundan lo cotidiano. Y puede que el misterio no se esconda en los cielos, sino en la carne que abraza, en las manos que sostienen, en el oído que escucha, en la mirada que acoge.
Si todas las criaturas existen en y con las demás, en el cuerpo de Lucía están esos cuerpos, esas historias cotidianas. Que su cuerpo sirva de medio para bendecir el de todas. Altar y puente, carne y memoria.
María Jáimez y Lucía Campillo