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La Red

El Palacio de Festivales de Santander estrena ‘La avería’, de Blanca Portillo

19 enero 2011

El montaje, basado en un relato corto de Dürrematt, ofrece una reflexión sobre la pérdida de valores

La actriz y directora Blanca Portillo estrena en el Palacio de Festivales de Santander el montaje La avería, una adaptación teatral de un relato corto de Friedrich Dürrematt que le sirve para plantear una profunda reflexión sobre la sociedad actual y la pérdida de valores como la solidaridad, el amor o la generosidad. La avería, su sexto trabajo como directora de escena, presenta en escena a los actores Asier Etxendía, José Luis Torrijo, José Luis García Pérez y Fernando Soto. Después de su estreno en Santander, el viernes 21 y el sábado 22 de enero, el montaje iniciará una gira por distintos escenarios y ciudades españolas, que le llevará a mediados de marzo hasta Madrid.

Basado en un cuento homónimo de Friedrich Dürrenmatt, La avería propone, según la directora, un inquietante debate entre los conceptos de Ley y Justicia, además de muchos otros tema. “¿Es legítimo que, en esta sociedad en que vivimos, luchemos denodadamente por conseguir nuestros objetivos, ascendiendo sobre aquellas personas que obstaculicen nuestro camino, abriéndonos paso a codazos si ello es necesario? Sí, eso no va contra la ley. Pero, ¿es justo? ¿Es legítimo que, llegados a cierta edad, se nos excluya de puestos de responsabilidad, se nos aparte de nuestros trabajos, se nos niegue la integración social? Sí, la Ley no castiga estas acciones. Pero, ¿es justo?”, se pregunta Blanca Portillo.

La avería analiza nuestra sociedad y nos muestra un lugar donde prima el logro de un cierto status, donde lo que importa es a qué grupo perteneces, un mundo que exige ganadores y arrincona a los perdedores, “donde se palpa una pérdida paulatina de valores como la solidaridad el respeto por el otro, el crecimiento espiritual, la generosidad; donde se premia la ambición, la falta de escrúpulos, la competitividad…”.

La obra, continúa explicando la actriz y directora de escena, nos habla del deseo de vivir por parte de quienes, llegados a cierta edad, ya están prácticamente desahuciados socialmente; de la dificultad del hombre actual para analizar su propia vida desde un punto de vista humanista, del deseo de ser alguien, de tener identidad en un mundo que se empeña en generalizar, en igualarnos a todos: “Es un viaje ácido, crítico, irónico y, por momentos trágico, hacia las profundidades del hombre y de la sociedad que nos ha tocado vivir”.

El montaje presenta a Alfredo Traps, viajante de comercio, de regreso a su casa, cuando su flamante Studebaker rojo sufre un desperfecto que no podrá ser reparado hasta la mañana siguiente. Traps resuelve pasar la noche en el pueblo y solicita alojamiento en una casa vecina. El dueño, un hombrecito ya entrado en años, se alegra de recibirlo: esa noche tiene amigos a cenar y lo invita a acompañarlos. Traps acepta sólo para no ser descortés. Pronto llegan otros tres ancianos vestidos todos de levita dispuestos, como otras veces, a pasar la noche jugando a los tribunales. El anfitrión fue juez tiempo atrás, y sus amigos, uno fiscal, otro abogado y el tercero verdugo. A veces recrean procesos célebres de la historia, pero sin duda lo mejor es cuando juegan con personas de carne y hueso. Queda disponible solamente el papel de acusado. Traps disfruta ese tipo de pasatiempos y acepta gustoso tomar el lugar vacante.

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