JOSÉ ANTONIO RODRÍGUEZ Guitarrista · Compositor
Muchas veces la historia del arte, que es la de los artistas, se escribe en la sombra, al margen del ruido mediático y de la algarada y, por regla general, frente al desconocimiento y, en último caso, dentro de la indiferencia de una colectividad que atiende por lo común a mensajes periféricos con el atractivo de la superficialidad en una digestión rápida pero de poco provecho y, por supuesto, de carácter transitorio. Consumir y tirar.
Pero a pesar de todo el arte sigue ahí, palpitante, y en este sentido, el compositor y guitarrista José Antonio Rodríguez se inicia a la música al mismo tiempo que comienza a germinar su vida. Es decir, la música se convierte en razón de ser, en elemento que justifica la existencia y marca las pautas para el largo camino a través del tiempo.
He transitado en forma de ritual al lado de la guitarra de Diego del Gastor, he compartido con Melchor de Marchena ardorosas veladas que surgían de agendas imprevistas o he seguido, codo con codo y en distintas estaciones, la plenitud flamenca de Manuel Morao, sin olvidar la cercanía de un Sabicas, retraído, pletórico de músicas, aunque sintiéndose como ajeno a una tierra que apenas reconocía y añorando aquella, americana, que había hecho suya.
Grandiosos y bellísimos paisajes como legado de los que José Antonio Rodríguez forma parte y es uno de los herederos, aunque sus referencias más inmediatas, cálidas y admiradas, sean Víctor Monge Serranito y Manolo Sanlúcar, a los que considera revolucionarios de la música, con los que ha convivido y ha llevado a cabo una ferviente etapa de aprendizaje, lo que considera una experiencia única, de la misma manera que, en otros ámbitos de la expresión artística, se ha sentido cercano a las enseñanzas de Fosforito o Mario Maya.
¿Un niño prodigio? Ni mucho menos: un jovencísimo artista con el don de la creatividad y el enorme talento interpretativo que a los 17 años era galardonado con el Bordón Minero en el concurso del Festival Internacional del Cante de las Minas, a los 20 se convertía en el profesor más joven de guitarra flamenca por el Conservatorio Superior de Música de Córdoba y a los 23 estrenaba su primer concierto para guitarra y orquesta.
De todas maneras siempre ha sabido que la música, sin la aplicación y el desvelo, sin la pasión y la constancia, no fluye, y es por eso que en su universo sonoro se manifiesta lo más profundo y, si se quiere, lo más hermético de un mundo interior que de pronto se abre y nos ilumina.
Y, efectivamente, el sonido es una de las claves. Para él es parte de la técnica, lo que marca y define, la revelación de la esencialidad. La técnica no es la velocidad, sino el lenguaje del corazón y, sobre todo, para este artista cordobés que nunca olvida su tierra y que compone y ejecuta una monumental soleá, que titula Guadalcázar y dedica a su padre, el sonido es la sapiencia y la magia.
Él conoce que un pequeño roce con la cuerda, una manera de pulsar o presionar, forma parte del léxico particular de cada artista, lo que viene a explicar que, en definitiva, el sonido constituya la personalidad del compositor e intérprete.
Pero ahora, José Antonio Rodríguez, con un lenguaje propio y originalísimo, se despoja y se despide de las posibles ataduras que pueda tener un guitarrista. Y lo hace con una obra admirable, "Adiós muchachos...". Después de una extensa y exitosa trayectoria ampliamente galardonada, autor de una discografía de once títulos, ya no necesita dar explicaciones ni demostrar no solo su fervorosa cultura flamenca, sino su inherente naturaleza flamenca, y ha decidido, en un gesto de liberación, hacer música. La que demande su propia necesidad artística.
José María Velázquez-Gaztelu
