Ana crece en una Canarias árida de ternura, donde el machismo y el miedo se heredan como si fueran bienes inmuebles. Sus padres le dejan como legado un mundo sellado por prejuicios. Cuando aparece Frank, el amor se abre como una fisura luminosa. Pero ni siquiera el amor basta: entre ellos, el lenguaje se quiebra. Se interrumpe constantemente, porque a pesar del amor que se tienen no logran comunicarse.