Blanco, sólido, cristalino reivindica a través de una plegaria coreográfica el presente de las cosas que se vuelven pasado con demasiada rapidez. Es una metáfora artística en torno a lo efímero y perecedero, donde los únicos elementos verdaderamente duraderos son la transformación y la resiliencia. Daniel Doña reflexiona sobre el efecto que tiene en los cuerpos y en el arte la obsolescencia y se adentra en una suerte de arqueología del desgaste como herramienta de creación que revitaliza el presente de sus estructuras vitales y artísticas.